Volador de altura, 1ª parte
Volador de altura, 1ª parte
‘Elévate por encima de ti mismo’, ponía en el anuncio de la Sociedad de los Voladores de altura
Texto: Amun, País: Holanda, Imagen: Adina Voicu via Pixabay CCO
Como durante años no había logrado estar satisfecho con mi vida ni siquiera un poco, teniendo aparentemente todo lo que uno pudiese desear, decidí dar un paso adelante y buscar un nivel más elevado. Tiene que haber algo mejor, algo más elevado pensé, y en ese mismo momento un anuncio llamó mi atención.
‘Elévate por encima de ti mismo’ decía, seguido por algo que se resumía con la posibilidad de construir tus propias alas en la Sociedad de los Voladores de altura. ¡Volando lo más alto posible con esas alas, podías construir otras aún mejores en un nivel superior y alcanzar niveles aún más altos, hasta los cielos más elevados! Solo tenías que comprometerte totalmente a la causa y también recibirías toda la ayuda que necesitaras.
Realmente me atraía e inmediatamente contacté con la sociedad. Sería bienvenido la mañana siguiente, me dijeron. La ubicación no estaba nada lejos y llegué temprano. Mi corazón daba saltos de alegría con lo que vi allí. Hombres y mujeres de más o menos peso estaban aleteando por allí vistiendo un tipo de alas dobles de lana ligera con gasa fina ajustada entremedio. Reían y animaban a muchos niños pequeños que intentaban despegar con sus alas de entrenamiento de cartulina. ‘Correr más rápido y agitar las alas a la vez,’ ‘¡Sí! ¡Casi estáis volando!’, sonaba con entusiasmo. Los niños estaban saltando y corriendo, no todos se lo tomaban con seriedad, pero estaba claro que les gustaba.
A mi derecha, había un taller cubierto, donde la gente estaba ocupada construyendo y reparando alas. Agitaban sus manos saludándome calurosamente y yo quería ir allí, cuando un niño pequeño de unos diez años me atrajo la mirada. Destacaba porque estaba sentado calladamente sobre una piedra, observando una ramita que sostenía en su mano. No era especialmente llamativo, tenía el pelo castaño y puntiagudo, era delgado y tenía una cara corriente de niño. Era el único que no estaba ocupado haciendo algo. Cuando pasé por delante de él, me saludó asintiendo con la cabeza. Tenía ojos verdes y una expresión reflexiva. Pero no hablamos y seguí mi camino.
¡Qué cálidamente fui recibido en ese taller! Hombres y mujeres trabajaban uno al lado del otro. El trabajo más duro era doblar la madera. Me quedó claro que no se podía simplemente echarse a volar si no que había que trabajar duramente para ello. Bajo la supervisión de dos hombres entusiastas aprendí sobre las diferentes especies de madera y sus propiedades, sobre remojar la madera y doblarla cuidadosamente para que no se partiese. Me fijé que las alas eran muy pesadas y me preguntaba si realmente podías elevarte con ellas.
Durante tres meses pasé cada día en el taller. Por la noche dormíamos en tiendas, donde oí bastante sobre ‘arriba’. Estaba impaciente por que sucediera. Entonces llegó el gran día. Estaba de pie sobre la línea de salida de despegue aérea, una torre alta, y empecé aleteando cuidadosamente para probar el resultado de mi diligente trabajo: las alas. Se mantuvieron intactas, afortunadamente, y agité mis alas cada vez más rápido y conté hasta tres. En el tres despegué decididamente y conseguí mantenerme en el aire durante varios minutos. Requería tanta concentración que no pude mirar a mí alrededor.
Mis amigos me felicitaron y animaron a seguir intentándolo. Podría llevar varias semanas hasta que realmente pudiese volar durante un rato y yo practicaba frenéticamente ya que mi deseo de elevarme era muy fuerte. Con mi aleteo alteraba a muchos padres voladores (eran los voladores del nivel más inferior), pero se lo tomaron bien. Ahora podía mirar a mi alrededor y hacia abajo, a los graciosos niños alados. Pero prefería mirar hacia arriba, porque aquí todo me resultaba familiar.
Si aleteaba fuertemente y hacía una serie de maravillosas curvas, me percaté que llegaba más alto, y allí había mayor silencio. Sin embargo, en cierto modo me decepcionaba; no veía nada realmente desconocido. Por esa razón necesitaba elevarme aun más, pero esto superaba mis capacidades actuales. Por la noche, en la tienda, preguntaba a los demás sobre ello, pero por su parte, estaban satisfechos con mi nivel actual y no entendían de qué les hablaba. A la mañana siguiente el niño con ojos verdes de repente me habló al pasar: ‘¿Quieres subir más? Entonces tienes que escalar a la meseta que ves cuando estás volando en lo más alto posible. Allí fabrican alas diferentes.’
¿Eh? ¿Cómo sabía lo que quería? No le pregunté pero agarré mis alas inmediatamente y volé y volé, sin desayunar, lo más alto posible. Me llevó mucho esfuerzo, pero al fin vi, al norte, un tipo de altiplano y conseguí subirme. No vi a nadie pero había un pequeño taller y un manual sobre la pared acerca de cómo construir alas. Un montón de bambú estaba apoyado en el rincón y rollos de gasa fina sobre el suelo. Había una cama y una despensa con comida. También había un lugar de despegue aéreo. Inmediatamente me puse a trabajar y como resultado de mi deseo ascendente, acabé mis alas en un par de días. Ahora que en cierto modo me había hecho a estar allí, podía ver gente volando y de vez en cuando alguien aterrizaba, me daba la mano y me deseaba suerte. Me gustaban.
Esta vez me costó menos aprender a manejar las alas; aún así al principio no lograba elevarme mucho. Charlaba con mis compañeros de vuelo y examinaba el entorno. Vi magníficos picos de montañas nevadas y a menudo volé en las nubes. ¡Era genial! Sin embargo, al cabo de un tiempo me cansé de este nivel y ansiaba elevarme otra vez más alto.
No fue hasta que pude volar realmente alto y planear mientras dormía, que detecté un altiplano. Era menos visible que el último; parecía más fino. Conseguí subirme y de nuevo encontré un taller y comodidades. Me puse con el acero fino y la gasa aun más fina. El manual era breve; aun así lo logré y me enorgullecí de ello. El lugar para el despegue aéreo estaba alto, y de repente se me ocurrió valorar el riesgo de caída. Me tranquilicé con el pensamiento que las alas aminorarían mi caída y que nunca podría caer más profundo que de donde empecé.
El vuelo en sí no era muy difícil pero elevarse lo era. Tenía problemas para respirar y decidí quedarme en el nivel aéreo más inferior. De vez en cuando regresaba a la salida inicial del despegue aéreo para descansar. Aun así, me adapté y podía mirar a mi alrededor y hacia abajo, donde podía ver en el fondo a los voladores de bambú si las nubes lo permitían. Tras mucha practica y esfuerzo en este nivel, finalmente me elevé más alto. Paciencia, eso es lo que aquí aprendí y al final valió la pena, porque vi un altiplano difuso en la distancia, aunque todavía no pudiese alcanzarlo.