Sobre el ojo humano y La Luz
EL OJO HUMANO Y LA LUZ
«Yo soy la Luz de los ojos, el espíritu que habita en la profundidad insondable». (Bhagavad Gita).
En lengua egipcia, Ra significa luz o sol. Ra es la fuerza original cósmica creadora. Es el Sol invisible que se halla tras el sol visible, y que contiene todos los principios o las actividades creadoras. El Sol observable es el ojo de Ra y no el propio Ra. En el antiguo Egipto vemos a menudo el símbolo del ojo representado. El ojo derecho del ser humano simboliza el ojo de Ra, el ojo del Sol; el ojo izquierdo es el de la Luna. Juntos son los ojos de Horus, el más Antiguo, y ellos representan los poderes espirituales del ser humano.
Nuestro ojo es un órgano de luz, un atributo. Nos ayuda a experimentar las dimensiones que la luz ha hecho visibles. Así pues, no es un órgano de conciencia en sí mismo.
Continuamos mirando hasta que pensamos que vemos. Los ojos están en estrecha relación con los órganos de la consciencia. El ojo derecho está unido a la pineal y a la parte correspondiente del cerebro. El ojo izquierdo está unido al pensamiento razonable. El centro de la pineal es muy sensible a la «luz del sol» gnóstico.
Nuestros ojos atraen éteres cuya vibración corresponde a nuestro estado de consciencia. El ojo no sólo es un órgano receptor de luz sino que también irradia luz y fuerza, la fuerza activa. Nuestros ojos hacen visible lo que somos, quienes somos, pues los ojos son el espejo del alma. Nuestro estado de consciencia es legible por medio de este espejo. El ojo nos alimenta, pues también puede estimular, inflamar y crear. En este sentido, el ojo es sumamente mágico. A veces decimos «no poder vernos, ni soportarnos….»
La luz de nuestros ojos, la que capta nuestra atención, está determinada por la luz de nuestra consciencia. Esta fuerza luminosa es creadora. Pero la imagen del mundo, que nosotros hemos creado y proyectado así, constituye al mismo tiempo el límite de nuestra percepción. De hecho, continuamos manteniendo la imagen de lo que pensamos ver.
A la luz de nuestros ojos, vemos solamente lo que somos. La radiación de nuestros ojos forma alrededor de nosotros, por así decirlo, nuestro propio círculo de conciencia, un círculo de conciencia cerrado: nuestro campo de visión. El día en que una luz más elevada penetre en este círculo, nacerá en nosotros la comprensión de una realidad más elevada.
La luz de los ojos que da testimonio de la llama central del ser-yo y sólo se ve a sí misma, será entonces inspirada por una luz superior y se retirará como único punto centralizador; el ojo se volverá puro y silencioso. El círculo constrictor de nuestra mirada, fijado en nuestro propio espejo de consciencia hipnótica, será roto entonces.
¿Qué ve este ojo interior? ¿Quién ve con el ojo interior? Es Horus, el ser humano divino, el perfecto –que los antiguos egipcios llamaban «el Hijo»– que ve en nosotros su propio mundo divino. Nosotros somos el testigo silencioso. En este silencio, nuestro ojo puede irradiar esta fuerza luminosa transformada.
Fuente: Revista Pentagrama nº2 2012