¿Es posible una Tierra sostenible?
Poco antes de la segunda guerra mundial, el célebre historiador holandés Johan Huizinga, introdujo la noción de “Homo ludens” (hombre lúdico). Esta noción un tanto recuperada en todos los ámbitos, vuelve al primer plano en estos últimos años con la toma de consciencia de que el hombre es un ser juguetón que posee una creatividad que le es inherente.
El gato juega con el ratón hasta que este último muere exhausto, aun cuando se decepciona cuando lo ve inanimado y sabe que no podrá participar en su juego. Si nos causa placer jugar con otro a la manera del gato, sobrepasamos la medida, salimos de nuestra área de juego. Esto es lo que ocurre a escala planetaria, convertida en el área de juego del gato y el ratón, pues no tomamos en consideración la propia naturaleza de los materiales de juego.
Nuestro juego no es sostenible, pues es destructor. Podemos incluso decir que la noción de comunidad de vida se ha transformado en comunidad de muerte.
Cada año quinientos millones de animales son abatidos, es decir, tantos como habitantes hay en la Unión Europea. Llegaremos incluso a suprimir los bosques tropicales para incrementar todavía más el ganado. Queremos ser los carniceros y los lecheros del mundo. Agotamos los mares y recalentamos el clima con los gases de efecto invernadero, los cuales son producidos principalmente por las compañías ganaderas cuya industria consume la mitad de las reservas mundiales de trigo. Todas estas empresas comerciales tienen un efecto destructor de la vida planetaria, tanto más cuando, en su ceguera, todas se vuelven cada vez más competitivas para mantener una posición líder en el mercado, y así beneficiarse de mayores dividendos. La tierra es el único planeta que nos mantiene con vida y estamos ciegos respecto a nuestra conducta letal.
La cuestión que se plantea ahora es saber si una vida humana sin sufrimiento es posible y si podemos vivir sin que nosotros mismos nos causemos sufrimiento. Dicho de otra manera, convendría preguntarse si no es acaso nuestra propia vida la que frena la gran rueda cósmica.
Desde el punto de vista cósmico, deberíamos poder resonar con la tonalidad fundamental de la tierra absteniéndonos de toda violencia, sin hacer pagar al planeta y su entorno natural la renta exorbitada de nuestras ilimitadas necesidades, de nuestros hábitos nefastos, de nuestros derroches desconsiderados y de los sistemas que ponemos en marcha causando daños irremediables.
La maximización de los beneficios en detrimento de todo y de todos está llegando a un punto crítico. Esto nos fuerza a reflexionar, a gestionar de otra manera nuestro capital de energía vital, que no se realice en detrimento del bien común ni de otros.
¿Cómo se manifestaría en nuestras almas el valor de una economía sin residuos? Teniendo en cuenta que el alma representa el ser que quiere expresarse en este mundo de manera creativa, con amor y sin dañar la tierra, ésta es una cuestión tan vieja como el mundo. La Antigüedad, Buda, el cristianismo y más recientemente los filósofos tales como Kant y Spinoza respondieron a esta pregunta. Pocas personas saben que los antiguos gnósticos de la tradición hermética dieron también sus respuestas. En el siglo pasado, el gnóstico Jan van Rijckenborgh resumió el proceso energético de forma lapidaria: “Recibirlo todo, abandonarlo todo y así renovarlo todo”.
Es evidentemente un punto de partida revolucionario si entendemos por revolución “renovarlo todo”. Cabe preguntarse si la Tierra espera eso. Los circuitos y los ciclos de la naturaleza virgen son autosuficientes en el equilibrio que mantienen por naturaleza. Esto es lo que sugería el famoso film de Philip Glass, Koyaanisqatsi.
¿Acaso no sería suficiente intentar restablecer el equilibrio? ¿De dónde vendrá la energía para una tal transformación del alma, de la consciencia?
¿No se da la energía vital a los seres humanos de una vez por todas al nacer?
Es difícil creer que se podrá restaurar el equilibrio inicial del planeta después de todos los atentados perpetrados en su contra, sin hablar de los procesos irremediables como la extinción de especies y de organismos. En el mejor de los casos, la mancillada tierra recuperaría su belleza, en cuanto a los hombres, serían colocados ante la deuda colosal de deber evacuar, limpiar o recuperar la gigantesca suma de residuos y objetos inservibles. Las generaciones futuras dirán lo que ocurre en materia de sostenibilidad.
La cuestión principal sigue siendo la del origen de la energía que es capaz de transformarnos.
Los gnósticos de hace dos mil años hablaban del “Pleroma” para evocar la plenitud de energía alma de un orden superior, cual fuente del cosmos, siempre presente y potencialmente accesible a todos. El alma puede beber de esta fuente de la plenitud. Ésta está por doquier siempre a su alcance. El hombre la recibe gratuitamente y, a su vez, tiene la posibilidad de transmitirla, de darla, sin apegarse a ella. Todo lo que se recibe sin contrapartida, bien sea energía, riquezas o amor, debe también transmitirse sin obtener beneficio alguno. ¡Nobleza de alma obliga!
Todo esto arroja una nueva luz, una luz hermética sobre la noción de la riqueza. La verdadera riqueza es la que puede ser ofrecida de manera ilimitada pues procede de una fuente inagotable.
¿Cómo podemos nosotros aproximarnos a esta fuente para conseguir energía? ¡Naturalmente no esperaremos obtenerla agotando los recursos de nuestro planeta! Lo maravilloso y que además no falla es utilizar de manera activa, en una actitud de acogida, el canal de recepción en el centro de nuestro ser, allí donde nuestra alma se conecta con nosotros.
El centro matemático de nuestra propia realidad cósmica, nuestro microcosmos, es también el punto central del cosmos, de la totalidad de nuestro sistema solar y por tanto de la tierra de la que forma parte.
El contenido de nuestra alma desempeña un papel primordial para la transformación de nuestra consciencia, que es la clave para la tierra santa.
Nuestra mentalidad, nuestro comportamiento y nuestra consciencia, nuestra total orientación, todo esto determina nuestra capacidad de recibir la energía de la plenitud, la energía de la renovación que podrá ser distribuida a otros.
Para encontrar la fuente, el Pleroma, hay que entrar en la quietud y así descender a través de nuestro centro hasta el ser más profundo. Desde allí la fuerza se derramará en nuestro corazón.
Ese centro de nuestro ser tiene proporciones cósmicas, y por medio de él somos unidos al sol interior, revelando así que la realidad del mundo es mucho más amplia e inclusiva de lo que podemos imaginar. Una vez que la corriente de energía fluye como el agua, según Hildegarde de Bingen, el cuerpo debe usarla. A Hidelgarde, esto le da una creatividad prolífica en la música, la literatura, la poesía y en muchas otras disciplinas.
Ofrecer a otros la energía del Pleroma tiene un efecto transformador y revolucionario sobre la consciencia. El donante obtiene una especie de consciencia cósmica, tal y como testimonian ciertas obras de esta visionaria mística que habla del carácter eterno y sagrado de la vida. Se percibe la Tierra de manera tan diferente que se puede hablar de la “Nueva Tierra”. La radiación de la vida divina es perceptible en cada cosa.
La visión parte del conjunto, de la integralidad de la vida, “sub specie aeternitas” (bajo su aspecto eterno) como lo expresaba Spinoza. Aun cuando no podamos observarlo con nuestros ojos, esta vida nueva es también una realidad en la Tierra siempre y cuando encontremos la fuente en nuestro ser denominada Tao, Brahma, Dios, etc.
El secreto es que esta fuente divina puede establecer su morada en nosotros y realizar su obra, siempre por intermediación del centro situado en nuestro corazón. Una vez que Tao traza su vía en nosotros y por nosotros, Krishna, el Señor del interior se despierta. Un nacimiento interior tiene lugar, simbólicamente representado como si se produjera en la gruta o el establo de la vida microcósmica. La actividad de este principio interior es purificadora y sostenible, sin ninguna pérdida de energía ni residuos. Pero, ¿podría esta creatividad salirse del área de juegos adaptado a la medida de lo humano?
Si conseguimos conservar lo material a la medida de lo humano, la materia y la Tierra en tanto que zona de juegos, seremos inmensamente ricos.
Fuente: Revista Pentagrama 2-2016, Fundación Rosacruz