La ley de la armonía, fuente de salud
Estamos creando un desequilibrio flagrante en todo el campo de vida planetario, que solo puede ser compensado por grandes transformaciones y desastres globales.
“¡El patógeno no es nada, el medio ambiente lo es todo!”
Claude Bernard (1813-1878)
Nuestra salud vive en un estado de equilibrio inestable. Es el delicado equilibrio entre las fuerzas que se conservan y las que se adaptan en un orden apropiado.
La ley de la armonía es un instrumento maravilloso de la manifestación universal para el desarrollo de la vida.
Este principio se basa en la polaridad natural entre las fuerzas de conservación, preservadoras, y las fuerzas dinámicas, disolventes y renovadoras.
La evolución hacia formas de vida cada vez más sofisticadas y niveles de consciencia más elevados solo es posible mediante una interacción entre estas dos polaridades, que se mantienen mutuamente y se alternan en el tiempo.
A pesar de la diversidad infinita y de las diferentes formas que existen en nuestro universo, la armonía prevalece en el cosmos. Los movimientos ondulatorios de los polos opuestos mantienen el equilibrio porque se complementan, se entrelazan, se abrazan. En verdad, en una octava superior de la vida, más allá del espacio y el tiempo, son una unidad. Provienen de una raíz común.
Polaridad y dualidad
Nuestra vida se caracteriza básicamente por la polaridad: sin inhalación no puede haber exhalación, no podemos exhalar sin respirar, sin asimilación no hay disociación, debemos dormir para estar activos nuevamente. Mientras estamos despiertos, nuestro sistema nervioso vegetativo controla rítmicamente todas las funciones vitales a través de la estimulación, de la activación del sistema nervioso simpático y de la fuerza estabilizadora del parasimpático. Por lo tanto, podemos vivir nuestra vida en una armonía saludable mediante la interacción de actividad y relajación.
Las enfermedades son la expresión de la falta de armonía en nuestro biorritmo. Se altera el equilibrio entre la actividad y la relajación, entre la ingesta de alimentos y la excreción, entre movimiento y reposo, entre nuestro trabajo de consciencia en el exterior y nuestra autorreflexión interior. La armonía de la vida en su variada interacción es la medida correcta. Hoy en día vivimos en una era en la que la ciencia material ha creado enormes posibilidades técnicas; el llamado progreso se ve conducido inexorablemente hacia una espiral interminable, que pasa por alto la importancia de los nuevos logros.
Debido al deseo de crecimiento continuo a todos los niveles, solo se enfatiza uno de los polos en el campo de tensión de la vida. Creamos así una gran disonancia en todo el campo de vida planetaria, que solo se puede equilibrar a través de grandes transformaciones y catástrofes globales.
Por tanto, ha llegado el momento de comprender que nosotros mismos somos la causa de la lamentable situación actual del planeta, tanto en lo ecológico, como en lo social y en la salud. La era del Antropoceno amenaza con convertirse en una época poco gloriosa de la historia de la humanidad.
Dondequiera que el ser humano ocasiona un desequilibrio en los procesos de polarización que dirigen toda la vida en nuestro universo, al considerar solo un polo del proceso, el conjunto pide una corrección violenta, para que el equilibrio que se alteró pueda volver a su curso.
Hay una “herencia espiritual” que está grabada en cada alma humana inmortal. Adopta la forma de virtudes como la moderación, el valor, la justicia, la compasión, la fe —en el sentido básico de confianza—, la esperanza —entendida como confianza inquebrantable— y el amor que lo abarca todo. Si usamos estos atributos puros en nosotros mismos, entonces somos un caldo de cultivo vivo para una raza humana armoniosa, saludable, cooperadora y compasiva.
En tanto que personalidades egocéntricas, no es tan fácil convertir estas virtudes altruistas en el motor de nuestras vidas. Así, los seres humanos caemos en vicios como la impotencia, la cobardía, la envidia, la crueldad, los celos, la ira y el odio. Así es como la polaridad se convierte en dualidad. En tales dualidades encontramos contrastes incompatibles y antagónicos, a través de los cuales luchamos unos contra otros, en lugar de complementarnos. Se producen discordias y guerras interminables y se envenena el espíritu humano. Esta es la razón por la cual nuestra biosfera, nuestro campo de consciencia y nuestro entorno inmediato están fundamentalmente enfermos.
El “milieu”
Con el término “medio” (milieu), el médico, farmacéutico y fisiólogo experimental francés Claude Bernard se refiere a un ambiente que se caracteriza por la calidad de nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestra voluntad; aspectos que pueden regular nuestra existencia física de manera armoniosa.
¿Cómo podemos encontrar el camino hacia una regulación armoniosa de la vida?
Aprendiendo a aceptar la interacción natural de las polaridades, en lugar de romper ese equilibrio por nuestros propios intereses.
La dualidad no ha surgido de la ley cósmica de la armonía. Se ha desarrollado a partir de la arrogancia del ser humano, que ha subordinado los atributos del alma pura al poder de su ego. Esta anomalía solo puede ser reparada por el autoconocimiento purificador y la superación de uno mismo. Entonces, el ser humano experimentará nuevamente el despertar de los niveles superiores del alma.
El ego, con su lógica intelectual, materialista y egocéntrica, debe estar dispuesto a vivir como un servidor fiel del alma inmortal, de su intuición y de sus virtudes innatas. Como lo similar atrae a lo similar, no debería sorprendernos que nosotros mismos hayamos abierto las puertas a las fuerzas desestabilizadoras y a su portador material, el virus, que ataca nuestros organismos y se expande de manera destructiva.
La globalización, en el sentido de una interconexión entre las personas en el plano psicológico, puede significar una armonía saludable para el organismo vivo que es la humanidad. Sin embargo, lo que ahora llamamos globalización es un impulso vital dirigido por intereses materialistas, lo que produce el enriquecimiento de unos pocos y la explotación de la mayoría.
Los efectos que desencadena este comportamiento tocan a la humanidad para darle otra oportunidad de comprender.
En la medicina taoísta se dice: “Matar a un intruso, no significa cerrarle las puertas en la cara”.
La mejor manera de tratar enfermedades es prevenirlas. Para hacerlo, debemos conocer su causa. La causa de nuestra enfermedad fundamental y de los desequilibrios en la biosfera de nuestro planeta somos los seres humanos.
Los desequilibrios que creamos conducen a una falta de armonía en el entorno cósmico y planetario, así como en nuestro mundo interior, que afecta tanto a los niveles energéticos como a los materiales. El espacio de nuestra biosfera y el campo morfogenético de nuestro planeta, con cuyas fuerzas se conformará el mañana, se encuentran en un desequilibrio irremediable. El mismo estado de desequilibrio se manifiesta en nuestro sistema corporal físico y sutil. En ello se encuentra el “milieu”, el terreno abonado en el que se puede desarrollar una sensibilidad o propensión a las enfermedades y epidemias.
No son los microbios los que realmente causan nuestras enfermedades, sino el medio (el “milieu”) enfermo; y es nuestra propia predisposición anímica la que nos enferma y abre las puertas al poder destructivo de los microbios.
Cuanto mayor sea el caos en nuestra vida interior, más fácil será atacarnos desde el exterior. Esto es igualmente cierto para nuestra esfera de vida planetaria.
Auto-agresión
Las enfermedades auto-inmunes se desarrollan cuando un organismo autónomo se rebela contra sus propios componentes proteicos y comienza a destruirlos.
Sabemos que no tienen cura mientras continúe este proceso autodestructivo.
¿No es cierto que el organismo humano en su conjunto ha comenzado un comportamiento autoagresivo en este planeta?
Esta crisis de salud mundial nos puede aportar una gran lección, si llegamos a verla como un regalo para comprender las verdaderas conexiones entre lo de arriba y lo de abajo, los pensamientos y los actos.
La única posibilidad de curarnos de nuestra enfermedad fundamental es el respeto a las leyes de armonía de nuestro cosmos y también de nuestro microcosmos. Aceptemos su interacción, preparemos un terreno saludable para el desarrollo ascendente de nuestra consciencia a través de una cooperación voluntaria con la creación; dejemos en herencia un suelo fértil para la vida futura.
En la actual “aflicción”, se nos tiende una mano benefactora.
Texto: Dr. Dagmar Uecker, País: Alemania, Imagen: Ruth Alice Kosnick
Fuente: https://www.logon.media/es