La diferencia entre lo viejo y lo nuevo
La consciencia joven está por encima de la dualidad de lo nuevo y lo viejo.
Nuevo es lo que se encuentra al principio de un ciclo, algo que fue poco usado, que acaba de ser comprado, que no había sido pensado ni concretado antes. Reemplaza algo ya anticuado. Es algo cuya forma, estructura o apariencia se muestra modificada respecto a la anterior, pero también es aquello sin experiencia, bisoño, principiante, aprendiz, que no se ha desarrollado satisfactoriamente, que no está maduro.
Lo que es nuevo puede atemorizar por no ser comprendido aún, por alterar lo que era tenido por cierto sin aportar garantías. Es una posibilidad de evolución. Sin embargo, cada vez más rápidamente el modo de vida y el pensamiento tradicionales son alterados por lo moderno, traído por nuevas formas de entender la vida y el mundo. Es muy fácil encontrar graciosas las creencias y los comportamientos de nuestros abuelos, que fueron derribados por lo nuevo. Sin embargo, es muy difícil ser conscientes de que lo que creemos hoy, pronto, puede estar anticuado. Con lo nuevo traído en brazos de la globalización y la rapidez de los medios de comunicación actuales, la humanidad hace lo que puede para adaptarse al cambio de ideas y conceptos.
Desde principios del siglo XX se han hecho grandes logros en la ciencia cuestionando el conocimiento que fue ampliamente confirmado por los hechos más cercanos a los seres humanos. La famosa teoría de la relatividad general de Einstein, por ejemplo, salió a la luz a través del cuestionamiento de la teoría gravitatoria de Newton, que tenía un estatus casi sagrado en la comunidad científica de la época. En el núcleo de los cambios positivos traídos por lo nuevo a la sociedad —los avances en salud, transporte, comunicación, etc.— hay innumerables problemas, como el de armas atómicas, los alimentos industrializados y la destrucción de la naturaleza.
La mayoría de la humanidad sufre o disfruta de los efectos de los cambios, sin desempeñar un papel activo en ellos. Siendo bombardeados diariamente por miles de informaciones, y ante la imposibilidad de absorber todo, las personas se vuelven apáticas e incapaces de vislumbrar una luz diferente de la que ya conocen. En un intrincado juego de causas y efectos, el ser humano cree que tiene el poder de tomar decisiones, pero es difícil saber hasta qué punto él sólo es un engranaje en medio de incontables engranajes de la gran máquina del mundo, la que hace que el presente sea fruto del pasado, y el futuro, consecuencia de lo que ya vivimos.
Hay una parte de la humanidad, sin embargo, que, para entender el presente, vuelve su mirada al pasado, cuando individuos excepcionales, movidos por una consciencia diferente de la corriente, propusieron ideas que promovieron cambios en el mundo de forma muy positiva, superando lo efímero de la vida cotidiana. A esa consciencia, nueva en todas las épocas en que surge, le daremos el nombre de “consciencia joven”.
Si imaginamos una escala de consciencia y la comparamos con montañas, podríamos decir que algunas personas han alcanzado el pico del monte Everest. Y, por supuesto, ha habido y hay escaladores que no llegan a la cima, pero que también recorren el camino de la consciencia joven en alturas más bajas e incluso sin tener que convertirse en personas notables de acuerdo con los criterios comunes humanos.
La consciencia joven está por encima de la dualidad de lo nuevo y lo viejo. Encontrar lo nuevo, lo moderno, puede parecer una paradoja, como si la búsqueda siempre hubiese estado destinada a la consciencia joven pero, en el camino, la humanidad se hubiese distraído con las pequeñas novedades que encontró, sin nunca llegar a alcanzar su verdadero objetivo.
Es una consciencia a partir de la cual el ser humano tiene la capacidad de innovar, cuestionarse y, por fin, modificar el mundo que le rodea. Es independiente de la edad, credo, religión o posición política. Las personas dotadas con esa forma de ver el mundo tienen la capacidad de exponerse y pensar libremente, buscando la verdad en sí mismas y no solamente informaciones que corroboren sus opiniones.
Si a esa consciencia se le preguntara lo que ella quiere, probablemente respondería que le gustaría que la gente dijera la verdad, viviera libremente y fuera autónoma, liberando al mundo de sus ataduras y quitando los velos que los separan de la verdad. La idea de una vida así podría conmocionar a aquellos que creen que ciertos valores e ideologías nunca deberían ser cuestionados. Por otro lado, hay personas en el mundo con el impulso de romper paradigmas y dar una nueva dirección al curso de la historia. Estas personas pueden ser hitos en el viaje evolutivo de la humanidad o simplemente personas que marcan la diferencia en sus comunidades o familias.
Sin embargo, aunque la existencia de personas excepcionales sea realmente beneficiosa para la humanidad, siguen siendo legítimas las preguntas: ¿hasta cuándo las decisiones fundamentales para la vida de todos permanecerán bajo la sombra de la iluminación de terceros? ¿Es necesario que la consciencia joven se manifieste siempre con carácter excepcional?
Las respuestas a estas preguntas apuntan a la necesidad de un cambio fundamental en la actitud de todos. Para una verdadera transición de la consciencia habitual, con la que estamos acostumbrados, a la consciencia joven, se requiere autonomía sobre nuestras propias vidas, o al menos el deseo de desarrollarla. La autonomía, a su vez, proporciona la adquisición de una autoridad interior, que viene a disolver la tendencia humana de aferrarse a autoridades exteriores. ¿Y por qué la autoridad interior se hace necesaria? En cierto modo, se trata de distinguir los fenómenos externos de los internos, pues todo lo que se piensa o se vive hoy, probablemente ya fue pensado o vivido por alguien, pero ciertamente nadie, antes o después de nosotros, sabrá lo que se encuentra en lo íntimo de nuestro ser, quién somos realmente, y cuál es la fuente del verdadero cambio de vida: aquello a lo que no podemos dar nombre, pero que sabemos que existe dentro de nosotros.
Fuente: https://www.logon.media/es
Texto: Logon collaborators, País: Brasil, Imagen: Marion Pellikaan