“Aquel que se cura tiene razón” (Paracelso)
Extracto de artículo revista pentagrama 6-2015
Los grandes de espíritu hablaban generalmente a sus alumnos en parábolas. Ellos conocían la gran ley de la cohesión sobre la cual todo descansa.
El alma sensible y despierta del alumno recibía así el fluido de la verdad, por el cual era conducido a explorar más profundamente y a buscar la autoridad más elevada, el poder del Espíritu, que lleva todo a su manifestación, que nutre, calienta y cura. Karl von Eckartshausen denomina esta alma despierta como “el hombre interior”, un ser humano siempre joven, noble, el arquetipo del ser y el modelo del ser humano exterior. Es imposible hablar de forma directa de la Fuerza del Espíritu, de su fuego salvador y unificador. Y por esta razón vemos bibliotecas enteras repletas de libros sobre la curación por medio de fuerzas de nuestra naturaleza terrestre, pero pocos sobre la curación por medio de las fuerzas de la naturaleza superior.
Paracelso dice que la medicina de la vida verdadera está basada en un nuevo nacimiento. Esta medicina libera al ser humano del ciclo del nacimiento y de la muerte. La naturaleza terrestre no está adaptada a esta medicina y nunca ha constituido su campo de aplicación.
Él concluye que no existe lugar en esta tierra donde la medicina celeste pueda crecer y prosperar; sólo en un cuerpo renacido, sus remedios, sus medios terapéuticos adquieren y manifiestan poder y eficacia.
Paracelso exhorta seguidamente a sus oyentes a aplicar la medicina celeste con más estima y amor que la medicina corruptible. De sus escritos se deduce que era un hombre extremadamente práctico y concreto. “Aquel que se cura tiene razón” era uno de sus adagios favoritos; y también “El cuerpo nunca miente”.
El ser humano que se orienta hacia la naturaleza terrestre intenta encontrar lo natural que le es familiar, busca la “restauración”… del antiguo estado. El ser humano que se orienta hacia el Espíritu sabe que el síntoma viene para ayudarle a encontrar un orden superior, el de la armonía con el Espíritu y que debe renunciar
al orden anterior.
Tiene poca importancia que esta etapa sea la primera o la última en la vía de la armonía divina. La salud terrestre secundada por su auxiliar, la enfermedad, tiene un único objetivo: la unión perfecta del cuerpo y del alma con el espíritu. Esta es la curación definitiva y saludable.
“Aquel que se cura tiene razón” (Paracelso)
Extracto de artículo revista pentagrama 6-2015
Los grandes de espíritu hablaban generalmente a sus alumnos en parábolas. Ellos conocían la gran ley de la cohesión sobre la cual todo descansa.
El alma sensible y despierta del alumno recibía así el fluido de la verdad, por el cual era conducido a explorar más profundamente y a buscar la autoridad más elevada, el poder del Espíritu, que lleva todo a su manifestación, que nutre, calienta y cura. Karl von Eckartshausen denomina esta alma despierta como “el hombre interior”, un ser humano siempre joven, noble, el arquetipo del ser y el modelo del ser humano exterior. Es imposible hablar de forma directa de la Fuerza del Espíritu, de su fuego salvador y unificador. Y por esta razón vemos bibliotecas enteras repletas de libros sobre la curación por medio de fuerzas de nuestra naturaleza terrestre, pero pocos sobre la curación por medio de las fuerzas de la naturaleza superior.
Paracelso dice que la medicina de la vida verdadera está basada en un nuevo nacimiento. Esta medicina libera al ser humano del ciclo del nacimiento y de la muerte. La naturaleza terrestre no está adaptada a esta medicina y nunca ha constituido su campo de aplicación.
Él concluye que no existe lugar en esta tierra donde la medicina celeste pueda crecer y prosperar; sólo en un cuerpo renacido, sus remedios, sus medios terapéuticos adquieren y manifiestan poder y eficacia.
Paracelso exhorta seguidamente a sus oyentes a aplicar la medicina celeste con más estima y amor que la medicina corruptible. De sus escritos se deduce que era un hombre extremadamente práctico y concreto. “Aquel que se cura tiene razón” era uno de sus adagios favoritos; y también “El cuerpo nunca miente”.
El ser humano que se orienta hacia la naturaleza terrestre intenta encontrar lo natural que le es familiar, busca la “restauración”… del antiguo estado. El ser humano que se orienta hacia el Espíritu sabe que el síntoma viene para ayudarle a encontrar un orden superior, el de la armonía con el Espíritu y que debe renunciar
al orden anterior.
Tiene poca importancia que esta etapa sea la primera o la última en la vía de la armonía divina. La salud terrestre secundada por su auxiliar, la enfermedad, tiene un único objetivo: la unión perfecta del cuerpo y del alma con el espíritu. Esta es la curación definitiva y saludable.